Hablamos con una mujer víctima de violencia machista que consiguió escapar del infierno que suponía su relación. Creía que tenía que aguantar por su hijo, pero se dio cuenta de que él también sería más feliz lejos de aquel monstruo.
A los seis meses de llegar desde Brasil a España, hace 12 años, María –nombre falso para ocultar la verdadera identidad de la protagonista de esta historia- conoció al que luego se convertiría en el padre de su hijo. Y también en su peor tortura. Cuando la trataba como si fuera una reina y la agasajaba con todo tipo de regalos, ni sospechó que detrás de tanta amabilidad se encontraba un monstruo. “Me enamoré, perdí mi pasaporte y me dio todo tipo de facilidades, me compró un collar carísimo, viajes…” No reparaba en gastos si se trataba de hacerla ‘feliz’, aunque ahora que María echa la vista atrás se da cuenta de que no todo era tan perfecto. “Me compraba mucha ropa, pero solo la que él quería, me llevaba vestida como una vieja”, reconoce.
Aquel hombre fue como un espejismo en el desierto que supone aterrizar en un país extraño con apenas conocidos y siendo tan joven, unos 18 años. La primera pista de que él no era todo lo maravilloso que ella creía la tuvo durante un viaje por el Caribe. Estaban haciendo una pequeña travesía en barco cuando él la empujó y cayó al mar. Podría no haber pasado de una broma algo pesada si él no hubiera sabido, como sabía, que ella tenía pánico al agua porque había estado a punto de morir ahogada y no sabía nadar. “Me humilló y le insulté, tuvimos una gran bronca, pero después hicimos las paces, me dijo que me quería, que lo sentía, que quería tener un hijo mío… y yo, que tenía 19 años y era tonta del culo, me lo creí”. No fueron sus únicas mentiras. “Le decía que quería trabajar y regular mi situación y él me decía que una tía suya del pueblo me podía contratar en su cafetería o que su padre me ayudaría con los papeles, pero nunca hubo nada de eso”.
A través de esas estrategias consiguió aislar a María de cualquier contacto con el exterior y cumplió su objetivo: tener un hijo con ella al que convirtió en rehén de la relación. “La primera paliza fuerte me la dio cuando estaba embarazada de siete meses, pero a pesar de lo que me hacía, luego no me atrevía a dejarle, tenía mucho miedo porque me amenazaba con quitarme al niño”. Aguantó de todo, se convirtió en un zombie sin ganas de levantarse tras los golpes, hasta que un día él rebasó la línea que ella no estaba dispuesta a permitir. “Cuando el niño tenía nueves meses, lo tiró contra el sofá; yo cogí un cuchillo y le amenacé y él salió a la calle gritando que ¡yo! le quería matar. Ahí me di cuenta de que conmigo podía hacer cualquier cosa, pero no podía permitir que lo hiciera con nuestro hijo”.
María hizo entonces la llamada que tenía que haber hecho mucho tiempo atrás y la Policía se la llevó a ella y a su hijo a un Centro de Emergencia. Tras 20 días fueron trasladados a una de las casas de acogida de León. Pero él la seguía llamando, asegurando que iba a cambiar, rogándole que volvieran… Y volvió. “Volví con él porque te sientes culpable, sientes que la que hiciste algo mal fuiste tú, que estabas equivocada, que tú eras la que hacía mal la comida o no lavaba los platos. Te lo dice tantas veces que acabas creyéndotelo”.
Pero aunque volvió, algo había cambiado en ella. Tanto el Centro de Emergencia como la casa de acogida le habían proporcionado la oportunidad de ver que había otros casos similares, posibilidades de superarlo y ayudas para salir. “Yo al principio aguantaba porque estaba convencida de que mi hijo necesitaba un padre, pero poco a poco me fui dando cuenta de que a su lado, viendo cómo pegaba a su madre, iba a ser más infeliz que solo.
Así que por segunda vez lo abandonó y desde hace ocho años tiene una nueva vida, en la que ha vuelto a lucir una sonrisa. “Tengo mucho que agradecer a la asociación Isadora Duncan, yo estaba deprimida porque él se había encargado de repetirme que no valía nada, no quería vivir”, relata, pero explica que se acercó por consejo de un amigo. “Tenía mucha ira dentro, estaba mal con todo el mundo por todo lo que me habían insultado y humillado”. A María se le humedecen los ojos saltones cuando evoca los peores recuerdos.
“Lo que más me duele es que en la sociedad nos ven con malos ojos, como bichos raros, y lo único que nos pasa es que hemos sido maltratadas”, explica. No es fácil. “¡Me pegaba! ¡Me maltrataba! ¡Podía haberme matado!”, se enerva al recordar que él se suicidó hace dos años tras problemas con las drogas.
Aunque no le agrada volver a los años en los que fue tan desgraciada, si oculta su identidad y su rostro es porque no quiere que nadie la señale por la calle por un pasado que desea olvidar. Ni a ella ni a su hijo que crece sano y feliz en un entorno que nada tiene que ver con sus primeros meses. Ahora María sabe lo que quiere y ha recuperado la ilusión tras ocho años con el apoyo de la asociación Isadora Duncan. Con su ayuda consiguió un piso en alquiler y ahora estudia en el Centro de Adultos de León. “Ser ignorante es uno de los mayores males de este mundo, estudiar es muy importante para poder defenderse”. Reconoce que no es fácil, que le falta hábito de estudio, que muchas veces le cuesta”, pero ya no hay barreras irrebasables. “Si he salido de todo lo que he salido, ¿cómo no voy a poder con esto?”.